Este Domingo, recogimos dos perros recién nacidos en el contenedor de basura enfrente de casa. Macho y Hembra, llenos de pulgas, fríos y mojados, David fue a tirar la basura por la noche y allí estaban, dentro de una bolsa y enterrados por basura, tuvo que meterse dentro para sacarlos.
La Hembra, como era de esperar, no pasó de la primera noche, pues estaba débil y no era capaz de comer, por mucho que lo intentamos a base de jeringuillas y calorcito.
Esta historia me enfada por muchas cosas. Por a crueldad de la gente, su su capacidad de abrir la tapa de un contenedor y lanzar una bolsa llena de vida, sentenciándola a muerte. Por una perrita pequeña e indefensa que no tuvo ninguna oportunidad, porque joder, aún no queriéndolos, hay mil maneras de darles una. Pero sobre todo me enfadan las lágrimas de Sabela, chorreando por su carita cuando nada más verla le dije que no tenía muchas posibilidades, que lo más probable era que no llegara al día siguiente. Como me suplicó desesperada que por favor hiciese lo que pudiera. Como le prometí al acostarla que lo haría, aunque tuviera que estar toda la noche despierta (así fue) , como aguantó estoicamente al día siguiente cuando le di la noticia, sacando fuerzas de no sé dónde y diciendo que por lo menos se había muerto en una casa calentita, en brazos de alguien, y no en el contenedor. Como al llegar del cole sacó de su mochila un montón de flores que había estado recogiendo, y entre pucheros me dijo que las había recogido para la perrita, que le daba mucha pena que se hubiera muerto sin su Mamá.
No es justo. Porque el sufrimiento de un hijo duele más que nada. No es justo que TU te deshagas de TU problema sin volver la vista atrás y sin ningún cargo de conciencia (si no, no lo harías así) y mi niña tenga que sufrir por ello.
Una publicación compartida de Rincón Veterinario (@rinconveterinario) el 21 May, 2019 a las 2:52 PDT